jueves, 5 de febrero de 2009

Claridad de una noche de verano



No quiero esperar por lo siguiente.
Me niego a las esperas. Todo es vano y silente. No hay cómo llegar a destino. Cómo quisiera saber que hay un camino por recorrer hasta llegar a una meta tan deseada. Haría todo aquello que Bono promulga haber hecho. Subiría las más altas montañas, correría a través de interminables senderos, todo por conseguir lo que quiero.
Desearía que hubiera una posibilidad de obtener lo único a lo que aspiro. Sé que debo ser perseverante para graduarme, se que debo ajustar mis auriculares para no escuchar discusiones indeseadas y así darle alivio a mi pulso. Estoy segura de poder aprender a nadar si tan sólo me relajo y de a poco supero mis miedos. Sé cuál es el recorrido que debo emprender para lograr todo esto y aún más. Algunas cosas evito hacerlas, aunque conozco la ruta que me depositará al final del camino.
Pero, siempre, habrá algo indeterminado, frustrantemente evasivo, inconmensurablemente fascinante, cuya lógica nunca podre aprehender. No puedo lograr unir los puntos de contacto que me ayuden a trazar el mapa. Y cuando creo atisbar un rastro de un sentimiento que se está formando, un ventavalse apodera de mi insuficiente vida y desparrama todas las claves que había juntado por tanto tiempo.
Y sé que hasta que no consiga esas piezas, no podré sentirme completa, tranquila y segura de estar viviendo por alguna razón. Todavía no me puedo recuperar desde el último temporal. Ya van dos años o más. Haber perdido su amor sin siquiera haberlo podido disfrutar a tiempo devora mis bases, mis intentos de ponerme en pie. Lucho por dejar atrás los recuerdos de todo lo que parecía haber encontrado su lugar, por fín. El mapa está ahí, apoyado en mi mesa, desplegando toda su hermosura. Parecía estar diseñado especialmente para mí.
Mi nombre y el de él se enlazaban con estremecedora fortaleza. Era el proyecto más vistoso que hubiera visto en mi corta edad, pero los cimientos un día empezaron a temblar. Algo que no ví, una parte esencial. El tiempo. Ya era tarde para cuando los engranajes empezaron a funcionar correctamente. Al menos los míos. Y así, en pocos días todo se desarmó.
Y yo sigo siendo aquel viejito que nunca se resignó a poner en marcha su trabajo más perfecto e imposible de realizar. Ruego al cielo por una avasallante oleada de racionalidad. Porque sigo buscando explicaciones a enigmas que nunca podrán ser resueltos. Porque quiero creer que lo que estoy buscando todavía no lo encontré.
Que vuelvan los vientos y se lleven mis inútiles herramientas, los oxidados engranajes y mis cartas nunca entregadas. Me he cansado de esperar.

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